Es el regalo de Somoto para el resto del país, su peculiar sabor procede de corazones auténticos y manos laboriosas.
Rosquillería Vílchez abre sus puertas a la 5 de la mañana a todo el pueblo de Somoto, que atraído por el olor a mantequilla, llega hasta esta rosquillería para comprar y saborear las crujientes rosquillas.
Pero, ¿Cómo comenzó este negocio?
Todo empezó medio siglo atrás, para ser exactos en 1954, Doña María Luisa necesitaba dinero para mantener a sus hijos, decidió vender rosquillas en el pueblo, con una pana en la cabeza salía todas las mañanas a ofrecer rosquillas de casa en casa.
Con el paso del tiempo, las cosas fueron mejorando, sus rosquillas eran apetecidas por todos, empezaron a hacerle pedidos, por lo que empezó a hornear varias veces al día, pues su pequeño horno no le permitía más de 8 cazuelas.
Conforme creció la demanda de las rosquillas, Doña Maria Luisa construyó 2 hornos más, estos triplicaban el tamaño del primero, y desde entonces estas rosquillas han recorrido todo el país.
Sus hijas, Olga, Luz Haldeé y Danelia, mantienen vivo el legado de su madre, quien se ha retirado del negocio porque su edad ya no le permite seguir trabajando.
La tradición de las rosquillas Vílchez parte de una receta familiar, que se ha logrado conservar de generación en generación, y ha sido galardonada con el primer lugar en innumerables ocasiones a nivel departamental y nacional.
“Saborear rosquillas Vílchez es saborear Nicaragua”.